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lunes, 3 de abril de 2017

Pregón Semana Santa Turre 2017

PREGON DE SEMANA SANTA TURRE 1 ABRIL 2017
por D. Francisco González Orozco.

Pregonero Semana Santa Turre 2017.
D. Francisco González Orozco

Reverendo Párroco D. Miguel, estimados mayordomos y hermanos de las distintas hermandades, queridos turreros y presentes todos:

Es la primera vez que este humilde turrero participa en un acto como éste. Os garantizo, que ser pregonero de una Semana Santa de nuestro pueblo y dirigirse a todos vosotros, emocionalmente, no tiene parangón con situación alguna. Es por tanto un honor para mí, estar aquí, para iniciar algo que todos llevamos tan dentro de nosotros, como es nuestra Semana Santa. Y no solo es un gran honor, sino que también supone, como os decía, sobreponerse a emociones y sentimientos muy difíciles de controlar, que en algún momento puedan cortar mi voz y tengáis que disculparme por no poder aplicarla como es debido. Le pido a la Virgen de los Dolores, me infunda ánimo y fuerza para controlar esos sentimientos y transmitiros, como Dios manda, lo que mi corazón siente en estos momentos.
He descorrido cerraduras de mi memoria para devolverme a mi pueblo y a un tiempo pasado que ha sido mío. Un tiempo que me llama con escenas que están dentro del ovillo de los recuerdos. Os pido me acompañéis en esos recuerdos.

Esta iglesia de la Purísima Concepción, estandarte de Turre en cualquier foto, postal o referencia que se haga de nuestro pueblo, no es solo el monumento que todos llevamos grabado en nuestra mente. Esta iglesia es el lugar que nos ha acogido desde que nacimos y fuimos bautizados, nos hizo comulgar con el cuerpo de Cristo en nuestra, aquella lejana, primera comunión y nos recibió en sus brazos como nuestra madre. La madre que nos recibe siempre ante cualquier acontecimiento de nuestra vida cristiana y más ahora cuando celebramos la Semana Santa, recordando y viviendo la pasión y muerte de Nuestro Señor.

La Semana Santa de Turre es algo especial. Es algo muy distinto a las que vemos en cualquier otro lugar. Nuestra Semana Santa es un sentir profundo en cada uno de nosotros, un sentir en algo que va más allá de lo que se contempla estos días en TV o cualquier otro medio de comunicación. Nuestras novenas, nuestras saetas, nuestras procesiones, tienen algo de MÁGICO, porque, tanto en la persona mayor, el joven o el niño, aquí y fuera de aquí, no hay un solo turrero que en su pensamiento, no estén presentes en cada uno de los actos que aquí se celebran.
Desde este lugar y mirándoos a cada uno de vosotros, observo en cada rostro que la emoción y esos recuerdos están presentes en vuestros corazones. Es imposible para un turrero, en un día como hoy, no estar en su iglesia, y más en las novenas de la Virgen de los Dolores, esperando su bendición. Aquí o fuera de aquí, da igual, porque os aseguro que, son muchos los que en estos instantes, estén allá donde se encuentren, nos acompañan y esperan, igual que todos nosotros, les que llegue la bendición de su Virgen.
¡Ay, la bendición de la Virgen!
Han sido muchos los años que hemos recibido esa bendición, y, os tengo que decir, desde mi apreciación personal, que en cada uno de esos años en los que tuve la dicha de estar aquí, observé algo muy, muy especial y significativo: EL SILENCIO, EL RESPETO Y LA DEVOCIÓN con que cada persona acoge la bendición de la Virgen. Observé, que los críos miran a la imagen de la Virgen con ojos desorbitados y no pierden detalle. Los bebés en brazos de su madre dejaban de llorar, las lágrimas inundaban muchos ojos y, ¡hasta los perros en la calle dejan de ladrar en ese momento ..! En cuántos y cuántos lugares, allí donde se encuentre un turrero, una familia turrera, ese momento es, como os decía, MÁGICO y EMOCIONANTE.

Recuerdo que, por estas fechas, mi abuelo ya nos había puesto a todos en jaque buscando flores, limpiando jarrones con arenilla del río y limón, repintando el trono-- con purpurina los dorados y con barniz el resto--, viendo cuántas tulipas había, buscando velas, organizando las horquillas de los tronos… Preparar la imagen de la Virgen para ponerla en su trono, suponía uno de los momentos más especiales para él. Nadie, absolutamente nadie, excepto tres personas, podían estar presentes para ayudarle. Hasta llegaba a cerrar la iglesia para esa preparación de la imagen. Nadie, repito, ni el sacerdote de turno, podía ver cómo se vestía la imagen de la Virgen. Eran otros tiempos…
También nosotros, los chiquillos, preparábamos nuestras semanas santas.Tronos hechos con cañas y tablas de donde pillábamos, santos de barro, que vestíamos con los recortes de tejidos que nos daban en las sastrerías…

Teniendo siete u ocho años, recuerdo que nuestros mayores presumían de nosotros porque nos habían enseñado las palabras de Jesús en la Cruz y las recitábamos siguiendo las estaciones del Vía Crucis. A partir del Domingo de Ramos nuestros juegos pasaban a segundo término porque los Santos estaban en capilla y el silencio y el respeto en esos días santos lo inundaba todo. Hasta las campanas dejaban de tocar, dando paso a las carracas y al martillo para avisar de los actos litúrgicos que se celebraban.
Cuántas y cuántas personas podríamos nombrar por sus quehaceres e inquietudes en los preparativos de las Hermandades: Pujas de los brazos de los tronos, revisión de calles para ver los cables bajos y balcones que ofrecían dificultades para los tronos, charcos y losas levantadas de alguna que otra calle, orden e itinerarios de las procesiones…
También hubo algún año en que el entusiasmo decayó y en los que faltaban hombres para llevar los tronos de las imágenes. Fueron entonces las mujeres y mocicas del pueblo las que dieron el ejemplo a los más veteranos, cargando ellas las imágenes para que nuestras procesiones salieran.
Recuerdos, recuerdos y, muchas, muchas vivencias.

Nuestro Jueves y Viernes Santos son días que merecen un recuerdo especial. El recogimiento y respeto de esos días son dignos de resaltar .
Se vivía en primera persona el misterio que se celebraba: Jesús, va a ser entregado, va a ser crucificado y al final va a triunfar en su Resurrección.
Esos días, recuerdo, hasta en el bar de Diego Baraza, mi padre, ni siquiera se jugaban las partidas de cartas y de dominó diarias del mediodía. Otros tiempos.

Comenzaba la liturgia del Jueves Santo con el lavatorio de los pies, no sin antes mencionar las horas y horas de confesiones que celebraban los sacerdotes , para celebrar después la Santa Misa y recibir el Cuerpo de Cristo bajo las especies del pan y del vino.
El traslado de Jesús Sacramentado, bajo palio al Monumento, acompañado con el “Cantemos al Amor de los Amores”,aquello suponía otro momento de emoción, preámbulo de aquella noche de vigilia y oración ante el Santísimo. Eran muchas, muchísimas las personas que aquella noche del Jueves Santo, ante la contemplación del Santísimo en el monumento, elevaban sus oraciones y sus cánticos, con la satisfacción de saberse acompañadas en una paz sencilla, en una oración compartida y en una alegría que se desbordaría en el momento de la Resurrección.
Y qué decir de las procesiones del Viernes Santo. Qué día de ajetreo, de idas y venidas a la iglesia para el retoque especial de los tronos. En la plaza, el descanso para la Virgen. Mientras, Jesús con la Cruz, en el inicio de la calle de La Estación, se encuentra por primera vez con su Madre…
Muchas veces he estado bajo el peso del trono en esos momentos, y, os puedo decir de todo corazón, que éramos muchos los que no nos atrevíamos a mirar hacia arriba y contemplar el dolor y la emoción de ese instante,reflejado en que las dos imágenes se miran. Eran muchas las lágrimas que se tragaban o que corrían por las mejillas de tantos y tantos turreros que han cargado ese día con los tronos.

¡Y las saetas! Las saetas turreras, no bien entonadas las más veces por las voces del cantor, pero sí bellas y emocionantes por las letras, a veces improvisadas, y por estar cantadas con el corazón, que es de donde realmente salen.
La procesión del Entierro de Cristo en la noche del viernes santo, era la manifestación de un dolor y un respeto difícil de explicar. Cuántos y cuántos descansos a lo largo del recorrido, hacían que esa procesión durase tres, cuatro o más horas. Horas llenas de un silencio y un recogimiento absolutos. Nadie dejaba de hacer todo el recorrido. Los que salían de la iglesia, a ella regresaban con el sentimiento y la satisfacción de haber realizado el acto procesional con el mayor respeto y sacrificio.
Y a continuación se daba tiempo, fuera la hora que fuese, para que los chiquillos se marchasen a dormir antes de iniciar la Procesión del Silencio. Únicamente los mayores tomaban parte en ese acompañar a La Virgen de los Dolores en su Soledad, y, sólo el rezo del Santo Rosario era lo que rompía el silencio de esa madrugada. El rezo de aquel rosario nos llevaba, misterio a misterio, en aquella procesión sin notar el dolor de los hombros que tanto peso habían cargado a lo largo de ese día.
Recuerdo que hubo un año en el que, tanto el Viernes Santo como el Domingo de Resurrección, pusimos megafonía para explicar el significado de las caídas de San Juan, los encuentros de la Virgen con Jesús y, especialmente, el momento del encuentro con el Resucitado.
Os puedo asegurar que, cuando se hizo aquella narración, fueron otros los ojos que contemplaban esa forma y ese misterio de lo que nuestras procesiones tienen y desean transmitir: LA FE que siempre ha mantenido este pueblo en la celebración de los hechos que se conmemoran en estos días.

El año pasado celebramos el año de la Misericordia. Pues bien, éste 2017 es un año especial para invitaros a una auténtica y renovada conversión al Señor. Es un año para aspirar a confesar nuestra fe, con confianza, generosidad y esperanza. Es el año, no solo de esforzarse en los muchos trabajos que cada Hermandad tiene. Eso es muy digno y hermoso realizarlo.Pero permitidme que os pida algo más hermoso todavía. Que vivamos también desde dentro de nuestro corazón estos días santos. Que seamos capaces de mostrar nuestro respeto, nuestro cariño y nuestra ayuda a los demás. Será este año una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de una forma muy especial en la Eucaristía, fuente de la que mana toda la energía de la Iglesia.

Nuestro testimonio de la vida cristiana tiene que ser cada vez más creíble. El camino de la fe y de la Misericordia para mostrar con evidencia, cada vez mayor, nuestra alegría y el renovado entusiasmo del encuentro con Cristo Resucitado.
Porque la historia de la Cruz es una historia de amor auténtico, de amor gratuito y sin límites, de donación y de entrega total.

Que esta Semana Santa nos sirva a todos para renovar y aumentar nuestra fe.

Es el deseo de este turrero, que os agradece vuestra escucha, os pide disculpas por la extensión de sus palabras y de todo corazón os da la gracias.


Francisco González Orozco.

Foto Presentación Cartel Semana Santa con las Hermandades























Vídeo completo del Pregón y del acto de presentación del Cartel.

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